Encuentro con el presidente Correa en Quito
A pesar de que viví tres años en Ecuador, había olvidado la fastuosidad y la extensión...
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Leonidas Irarrázaval
Fui a Quito para asistir al matrimonio de una nieta, el 27 de agosto último.
A pesar de que viví tres años en Ecuador, había olvidado la fastuosidad y la extensión de esas celebraciones. Esto, en todos los estratos sociales. Una vez, en plena sierra donde estábamos de turismo mi señora y yo con una pareja de diplomáticos canadienses, pasamos dos días celebrando un matrimonio indígena. No conocíamos ni a los novios ni a sus familias, pero fue tan extraordinario el cariño de los asistentes que era imposible marcharse. A lo más, unas horas para dormir y ducharnos en el hotel. Recuerdo que el novio tenía la chaqueta y los pantalones llenos de billetes agarrados con clips o papel scotch. En cuanto se iban acabando el vino, la cerveza o la chicha, los más comedidos desprendían los billetes de la vestimenta del novio para reabastecer la bodega. El matrimonio al cual asistí ahora pertenecía al otro extremo de la escala social. Cuando llegué a Quito, tres días antes de la ceremonia religiosa, ya se habían realizado varios festejos importantes. Entre ellos el matrimonio civil, seguido de una gran recepción en casa de los padres del novio, comida en casa de los tíos, almuerzo en honor de los extranjeros en casa del padre de la novia. Después un gran almuerzo en una hacienda tradicional con cuatrocientos invitados.
Con posterioridad, a mi regreso a Santiago hubo otras fiestas ofrecidas por diversos parientes más lejanos… Son otras costumbres, muy tradicionales y hermosas, que hablan de una unión familiar y social ya desvanecida en Chile. Entre tantos festejos no vi nada de Quito viejo, ni de sus iglesias y otras maravillas que felizmente conocía, pero que siempre en bueno volver a visitar.
Mi único descanso fue bajar cada mañana, una media hora, a la espectacular piscina temperada al aire libre y a todo sol del hotel. En Quito hay sol brillante todos los días, sin mosquitos, con un aire diáfano y paisajes espectaculares. Después llueve y al terminar la lluvia a las 6:30 pm en punto oscurece. El último día se recostó una familia completa muy cerca mío en las reposeras que rodean la piscina. Abrí los ojos al escuchar hablar en francés y me encontré con el presidente Rafael Correa y su familia completa, compuesta por su esposa belga y sus dos hijos. El idioma francés de todos era perfecto. Me acerque a saludarlo. Le recordé que lo había conocido en Santiago en dos invitaciones de la presidenta Bachelet, cuando cantó a capela “si vas para Chile” ganándose a todos los presentes en La Moneda y en la Ilustre Municipalidad de Santiago. El presidente hizo recuerdos muy cariñosos de Chile con esa simpatía que lo ha hecho famoso.
Es difícil conciliar esa actitud cordial y sencilla con todos los horrores que escuché en Quito de su gestión presidencial. Como siempre, la verdad debe estar en el medio. Pero tengo la impresión que el Ecuador tendrá a Rafael Correa por mucho tiempo como presidente, al contrario de lo que ha sucedido con todos sus antecesores inmediatos.